jueves, 7 de mayo de 2015

EL HAMBRE EL PRIMER INSTINTO (Jorge Miguel Ramos Lisbona)

¡¿Por qué?!;  ¡¿por qué?!; ¡¿por qué?!;  ¡¿Por qué fui tan idiota?!, ¿por qué me escondería y me parecería una buena idea quedarme y pasar la noche allí?, ¿cómo empezó esta locura?

Aún no había amanecido cuando estábamos en el autobús y la niebla densa cubría el pueblo. Cuando llegamos se fue disipando y los pocos habitantes de Albarracín iban saliendo de sus casas, desconfiados, con miedo, mirando a los lados, a su espalda; uno de ellos se acercó a nuestra guía y le dijo que cómo se nos ocurría venir tan temprano, que podía haber ocurrido una desgracia; no entendería estas palabras hasta la noche cuando me hallé vagando por callejuelas oscuras de amorfos edificios, envuelto en la densa niebla, iluminada intermitentemente por las defectuosas y viejas farolas.

Reflexione sobre muchas cosas que debería haberme planteado antes de decidir quedarme allí, como: ¿cómo iba a pasar la noche allí con ese frío? y ¿qué tenía de divertido hacer esa estupidez?

El pueblo estaba en silencio, un silencio intranquilo, no había visto a nadie desde que había anochecido y el miedo iba apoderándose de mí… y mientras paseaba por una plaza que se elevaba sobre el cementerio, no vi nada, solo oí… primero carne siendo desgarrada, algo saciaba su hambre voraz con ella, el crujir de los huesos, las mandíbulas implacables, el olor a sangre, a podredumbre…
Me acurruqué aterrorizado; de repente, pasos, conté 15 individuos, pero no sabía quiénes eran; el festín cesó, también los pasos, un rugido amenazante y un ladrido lleno de rabia golpeó mis tímpanos, oí los mordiscos y como la congregación se abalanzó sobre lo que trataba de defenderse, se reanudo el festín, acompañado al principio de desesperados gemidos y mucho más sangriento.

Traté de correr hacia la parte alta del pueblo pero acabé perdiéndome entre callejones y rodeado por la congregación, no los podía ver pero sabía que estaban allí, oía sus pasos, olía su peste, se mantenían invisibles amparados en la niebla y las sombras; hasta que jadeante y exhausto me metí en un callejón sin salida; allí surgieron de las sombras y contemplé horrorizado los rostros de aquellos que murieron de hambre durante el sitio del rey y ahora estaban dispuestos a saciarla ahogando mi grito en la profunda niebla.

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