EL HAMBRE EL PRIMER INSTINTO (
Jorge
Miguel Ramos Lisbona)
¡¿Por qué?!; ¡¿por qué?!; ¡¿por qué?!; ¡¿Por qué fui tan idiota?!, ¿por qué me
escondería y me parecería una buena idea quedarme y pasar la noche allí?, ¿cómo
empezó esta locura?
Aún no había amanecido cuando
estábamos en el autobús y la niebla densa cubría el pueblo. Cuando llegamos se
fue disipando y los pocos habitantes de Albarracín iban saliendo de sus casas,
desconfiados, con miedo, mirando a los lados, a su espalda; uno de ellos se
acercó a nuestra guía y le dijo que cómo se nos ocurría venir tan temprano, que
podía haber ocurrido una desgracia; no entendería estas palabras hasta la noche
cuando me hallé vagando por callejuelas oscuras de amorfos edificios, envuelto
en la densa niebla, iluminada intermitentemente por las defectuosas y viejas
farolas.
Reflexione sobre muchas cosas que
debería haberme planteado antes de decidir quedarme allí, como: ¿cómo iba a
pasar la noche allí con ese frío? y ¿qué tenía de divertido hacer esa
estupidez?
El pueblo estaba en silencio, un
silencio intranquilo, no había visto a nadie desde que había anochecido y el
miedo iba apoderándose de mí… y mientras paseaba por una plaza que se elevaba
sobre el cementerio, no vi nada, solo oí… primero carne siendo desgarrada, algo
saciaba su hambre voraz con ella, el crujir de los huesos, las mandíbulas
implacables, el olor a sangre, a podredumbre…
Me acurruqué aterrorizado; de
repente, pasos, conté 15 individuos, pero no sabía quiénes eran; el festín
cesó, también los pasos, un rugido amenazante y un ladrido lleno de rabia
golpeó mis tímpanos, oí los mordiscos y como la congregación se abalanzó sobre
lo que trataba de defenderse, se reanudo el festín, acompañado al principio de
desesperados gemidos y mucho más sangriento.
Traté de correr hacia la parte
alta del pueblo pero acabé perdiéndome entre callejones y rodeado por la
congregación, no los podía ver pero sabía que estaban allí, oía sus pasos, olía
su peste, se mantenían invisibles amparados en la niebla y las sombras; hasta
que jadeante y exhausto me metí en un callejón sin salida; allí surgieron de
las sombras y contemplé horrorizado los rostros de aquellos que murieron de
hambre durante el sitio del rey y ahora estaban dispuestos a saciarla ahogando
mi grito en la profunda niebla.